[blockquote]Un muchacho, un hombre, un artista de Maldonado.[/blockquote]
Es una mañana fría de invierno. Llego a la hora prevista al local de La Barra donde Cacho Tejera tiene su atelier, su local de venta. Me sorprende una estufa con leños ardiendo que invitan al diálogo. Los colores me asaltaron desde la entrada. ¡Qué maravilla! —pienso—. Reconocería una obra de Tejera solo por su color, su paleta.
Instalada al lado del calor, miro por la ventana el mar… No es extraño que tantos y tantas artistas busquen estos rincones de Maldonado para vivir.
Me recibe un hombre afable. El mismo de siempre con su trato amigable. Nos conocemos de una vida. Fuimos a la misma escuela pública. Vivimos nuestras infancias a unas cuadras. Y luego la vida fue dándonos fragmentos de historias de cada uno.
En la esquina de Román Guerra y Varela está la casa de los Tejera-Isnardi. A unas cuadras de allí, en Michelini y Varela vivieron los Quintana-Tejera. Dos casas, dos panaderías. El hogar de dos grandes de Maldonado, primos entre sí: Edison Quintana (concertista de piano, radicado en México) y Angel Tejera. “Los Isnardi vinieron con Garibaldi a estas tierras. Mi tatarabuelo se instaló en Maldonado. Mi abuelo plantaba árboles […] Mi padre trabajaba intensamente en la panadería y yo no quería ni estudiar, ni trabajar. […] Así surgieron, en esa inquietud permanente, porque la escuela no me gustaba, el dibujo y la pintura […] Recuerdo que me gustaba salir a repartir el pan en la jardinera con mi padre. En un altillo de la panadería, que tenía un piso de madera a medio terminar, encontré mi refugio. Empecé a pintar solo. Cuando me alejaba para mirar lo que había hecho, me caía, por la diferencia de altura que tenía el piso. Trabajaba con témpera.
Lo que más deseaba en esa época era que llegara el verano para ir a la playa […] Pensaba que la gente que venía de Argentina nunca trabajaba. Gente con mucho dinero que vivían unas eternas vacaciones. Yo deseaba irme a Buenos Aires.”
TRAYECTORIA
“Hasta que un día conocí a Ignacio Olmedo. El me convenció que el tiempo me daba para pintar, para aprender y para ir a la playa. Olmedo me enseñó a pintar, a dibujar […] Le debo lo que soy. Hoy, que doy algunas clases creo que lo hago más pensando en aquella actitud del maestro que en ser docente.”
MANOLO LIMA
TALLER MALDONADO
“Entré al Taller Maldonado. Ese tiempo fue muy especial para mí.”
Evidente, como toda la gente que estuvo al lado de Manolo, quedan marcados por esa áurea de gran hombre, de ser humano excepcional que era Lima.
Tejera se nutrió de sus enseñanzas. Y el talento se eleva en paleta diferente, con una tonalidad que permanece a través de los años del artista. Pintó también con Glauco Capozzolli. Se imaginó que la pintura podía ser su modo de expresión y de vida. Y así lo hace para alegría de los que siempre hemos disfrutado su creación.
PROYECCION
Su primera exposición, fue en la Liga de Fomento de Punta del Este, cuando tenía 20 años.
Luego se va a vivir a Buenos Aires. Son doce años de creación incesante. Todo lo que pintó, lo vendió. Pero lo aprovechó bien, ya que lo invirtió en su bienestar y el de su familia. Se “armó” de un prestigio internacional. Un triunfador. Ganó premios. Expuso en muchos ámbitos y ciudades.
La figura humana: desnudos. Caseríos. Niños. Paisajes de playa. Escenas cotidianas.
TRASCENDENCIA
“Cada cuadro para mí era un problema diferente a resolver”. “Me pasó al principio que la mente me hacía trampas. Yo encontraba una estructura que me gustaba con elementos a descubrir. Empecé a ubicar esos elementos cambiando la estructura, haciendo un desarrollo pero con el mismo tema.”
Luego reacciona y me cuenta: “Me propuse un cambio interior más profundo”.
Estudió los filósofos hindúes. Descubrió así lo que realmente es el ser humano. Vuelve en este instante el maestro a su recuerdo: Manolo lo ayuda a que prepare sus exposiciones, a que enfrente al público. “Ahora ya no me importan los halagos. Ni las críticas negativas. […] En este momento estoy en paz, no dependo tanto de los demás. Aprendí a oír mi voz interior, a concentrarme en la música que tanto me ayuda. Me oigo a mí mismo. Yo he ido cambiando mi modo de pintar porque he ido variando mi forma de pensar. Me gustan los temas nuevos.”
Lo último que ha hecho son obras compartimentadas, donde la medida del maestro Torres aparece. Sus figuras se entrelazan, los símbolos ocupan un lugar, es como hurgar por la cerradura de la puerta. Lo mostró en el Club del Lago en los veranos que pasaron, pero no los puso a la venta. En setiembre los expuso en Montevideo. Son de una elaboración y una técnica impecables.
Tejera se entusiasma con su nuevo goce de hacer, con este desafío que le ha nacido: … ”puedes pintar un cuadro en quince minutos y te queda bien; puedes pintarlo en ocho o diez horas. Y si pintas más horas no te queda bien. Hay otro oficio al que yo le saqué el cuerpo toda la vida, es el oficio de buscar la forma de hacer una obra mucho más compleja, mucho más barroca y te ves trabajando una semana o más, siempre en la misma búsqueda. Trato de sacarle partido al óleo, todo lo que más puedo. Ir más allá de lo que hasta ahora el óleo me ha dado.”
En la búsqueda de “nuevos desafíos” como él le llama, su alegría rebasa sus 64 años y los más de cuatro mil cuadros pintados.
Desde el 1959 cuando con su primo presentaron sus creaciones en Punta del Este al 2004, de este hombre que estuvo frente a mí, no sólo ha pasado el tiempo, hay una vida que vibra a través del arte y no se agota.
En octubre de 2008, Ángel Tejera se alejó de esta vida terrenal. Su obra nos queda como parte fundamental de la cultura de Maldonado, de Uruguay para ofrecer al mundo: una vida, un artista…