En una tardecita apacible, ¿quién no disfruta un paseo por el puerto de Maldonado, descubriendo los colores que cada atardecer nos regala? Uno puede elegir el placer de recorrer la playa mansa, sacarse fotos en “los dedos” o ir a la ya famosa Calle 20 de Punta del Este. En este caso fue un anochecer especial. El color estaba en las veredas, amplias, llenas de personas, turistas, puntaesteños, gente que salía de sus trabajos, jóvenes enamorados… La fiesta que tomaba a muchos de sorpresa estaba anunciada: un acontecimiento más en la Punta. Pero éste no era uno cualquiera. Es un emprendimiento inteligente, nuevo, para nosotros. No ajeno a los que recorren el mundo y saben de calles de Europa y de América en donde se desarrollan actividades similares: Las Ramblas de Barcelona, la orilla del Sena en Paris, alguna calle de Roma o Florencia, el Zócalo en México o las calles empedradas de Buenos Aires, por citar algunas de las más famosas. Por supuesto que ahora agregamos la Calle 20 de Punta del Este, ya reconocida por sus importantes comercios de firmas que trascienden fronteras. En este caso, la fiesta fue impactante, y esto ocurre cada vez que se realiza. La primera fue en octubre, en el famoso fin de semana largo, ahora en febrero, el arte invadió la calle. Músicos, bailarines, artistas plásticos, fueron instalándose poco a poco, para crear esta gran movida cultural. Más de treinta pintores y pintoras en sus atriles o mesas, pinceles, paletas, telas, papeles, cartón, óleos, grafitos, tintas. Escultores y escultoras en madera, piedra, vidrio. La música invadió la calle; los bailarines y bailarinas se destacaron en espacios de la vereda, en forma espectacular. Fue un gigantesco Taller, donde los paseantes descubrían extasiados las maravillas de la creación desde las manos y la mente de hombres y mujeres (muchas más mujeres, en este caso). Compartir con el público les hace bien a todos: la gente se entera de los valores que tenemos, además de lo que ya han disfrutado de la naturaleza de estos lugares. Palpar el entusiasmo que provoca participar del proceso de la ejecución de las obras, desde el inicio hasta el descubrimiento final o casi. (Nunca una obra está totalmente terminada, afirman los artistas). Participaron, en el rato que estuve presente: Gabriela Acevedo, Adolfo Sayago, Guillermo Querejatzu, Mario Grillo, Virginia Jones, Celsa Burgueño, Andrés Alvira, Dina Vicente, Adriana Infantozzi, Mercedes Salazar, Eduardo Córdova, Eduardo Soto, Malva Rodríguez, Gonzalo Mieres, Enriqueta Aguiló, Romeo Sosa, Graciela Danese, Claudia Bartolotta, Anie Aguirre, Liz Bosch, Mónica Máscolo, Mercedes Da Costa, Camilo Lucarini, Ivonne Prenol, Gilda Ambrosio, Cali Zubizarreta, Edith Denis, Sebastián Barrandeguy, Santiago Aldabalde, Cristina Banegas…
MOMENTO DE INSPIRACIÓN
La tela blanca espera, el papel blanco está estirado, la piedra blanca en bloque… aguardan al artista. Poco a poco se anima, guardamos silencio aunque la música suave nos acompañe a lo lejos. Los colores se derraman, las formas aparecen… Un pueblo azul de Mercedes Salazar, un arroyo con árboles de un verde inaudito de Andrés Alvira, unos grises, rosas y lilas de Infantozzi, la cabeza erguida y desafiante de un caballo de Celsa Burgueño, un retrato de Dina Vicente, una bailarina de Gabriela Acevedo, los tamboriles de Malva Rodríguez, los abstractos de Aguiló, las ciudades lejanas de Romeo Sosa, las puertas y patios de Danese, las formas escultóricas de Liz Bosch, las manchas grises y amarillas de Jones… Todos en una entrega generosa, escuchando los comentarios de brasileños, argentinos, estadounidenses, europeos, uruguayos, que paseaban maravillados. Unas brasileñas, cerca de mí, le preguntaban a Salazar de dónde eran tantos artistas. Y al responderle que casi todos eran de Maldonado, la extrañeza fue mayor.
ALEJANDONOS DE ESTA FIESTA
DE LA CULTURA
La noche fue avanzando, las obras se exponían, el diálogo entre artistas y público era pródigo. Una experiencia para reiterar siempre. La cultura debe invadir las calles y los artistas necesitan ser reconocidos.