Semi escondido en una callecita en el límite indefinido entre Carrasco y Punta Gorda, un portón de madera llama la atención. La reja de ese portón es un dibujo original de Joaquín Torres García, y la casa es nada menos que la que habitaron Augusto Torres, segundo hijo del maestro constructivista, y Elsa Andrada, esposa de Augusto.
INICIOS
Augusto Torres nació en Tarrasa (Barcelona) en 1913. Los traslados continuos de la familia lo hizo pasar su infancia entre Nueva York y distintas ciudades de Italia, Francia y España.
Dedicó toda su vida a la práctica del arte. En 1929 se instaló en Paris, donde colaboró con los museos franceses y se especializó en arte primitivo y colaboró con Julio González.
A lo largo de los treinta años mantuvo una relación muy estrecha con los artistas del Cercle et Carré. En especial con Mondrian, Van Doesburg, Arp y Lipchitz.
Estudió en la Escuela de Cerámica de Madrid y luego viajó a Uruguay.
PROYECCION
En 1930 su padre organizó en Paris, su primera exposición junto a sus hermanas Olimpia e Ifigenia.
Cuando llegan a Montevideo, Joaquín Torres funda la Asociación de Arte Constructivo, del que Augusto formará parte.
Luego esta Asociación se convierte en el Taller Torres García, integrado por Augusto y Horacio Torres, Alceu y Edgardo Ribeiro, Francisco Matto, Alpuy, Gonzalo Fonseca, Anhelo Hernández, José Gurvich, Jonio Montiel, Manolo Lima, Elsa Andrada, Guillermo Fernández, entre otros y otras.
Desde sus primeras pinturas, Augusto Torres transita por una gama temática muy amplia que va desde los retratos a los bocetos inspirados en caballos, pasando por paisajes urbanos europeos y montevideanos, paisajes metafísicos y naturalezas muertas, además de muchas construcciones abstractas y sus esculturas en madera.
Los murales que se hacen en Montevideo, Buenos Aires y Barcelona forman un único cuerpo con la arquitectura.
Fueron para el Hospital Saint-Bois, el Sindicato Médico del Uruguay y el Liceo Miranda.
Su pintura siempre se mantuvo fiel a los principios establecidos en el Constructivismo y daba a la construcción geométrica una dimensión cálida y humanizada. Toda su obra es producto de una indagación profunda de la interrelación de los planos y de los volúmenes dentro de la superficie del cuadro.
Según Guido Castillo,” Augusto Torres es un pintor total, no sólo porque la pintura es lo que da sentido a todo su ser_ hasta el punto que cada uno de sus pensamientos y de sus actos esenciales está determinado por el lenguaje mágico del color y de la forma_ , sino, porque su visión procura abarcar la totalidad del mundo de la pintura, para poder unir los dos polos de ese mundo: el naturalismo y la abstracción, lo sensual y lo mental.”
TRASCENDENCIA
Las obras de Augusto Torres están vivas, con una extraña vida rebosante y doble, que es, por una parte, la que el pintor les da para unirlos, aunque sean diferentes entre sí, y por otra, la vida propia que cada uno de los cuadros tiene por su cuenta, y que los diversifica, aunque aparezcan muy semejantes.
En el Taller Torres García colabora con su padre, donde aprendió que la vida de la pintura no se aprende y que, cuando no se posee el secreto de la vida, todas las enseñanzas son inútiles, por genial que sea el maestro.
Al cerrarse por un tiempo el Taller JTG, Augusto comienza un camino propio y realiza su gran exposición en la American Society Art Gallery.
Divide su tiempo entre Barcelona y Montevideo. Visita México, Egipto, India y Nepal.
Su Taller en Barcelona estaba en el Paseo Colón.
Admiraba a Zurbarán y Velázquez.
Cuando me enteré de su muerte, en 1992, sentí que se iba uno de los artistas más grandes de Uruguay. Falleció en Barcelona pero sus cenizas fueron traídas a nuestra país, donde están en el panteón familiar. Tenía 19 años de edad. Muchos nos dejó, tanto enseñó, su vida fue un canto al color y la belleza.