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Enrique Broglia

· septiembre 26, 2016 · Arte , Escultura ·

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Podemos crear un vaso con arcilla pero sólo por el espacio vacío de arcilla podemos utilizarlo como tal… Así se encuentran la existencia y la no existencia.

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-Lao-Tse (550 a. de C.)

Fue un placer hablar con una persona de tantas vivencias poco comunes. Conozco la obra de Enrique Broglia desde hace mucho tiempo, cuando aún vivía en Europa y viajaba algunas temporadas a Uruguay. Sabiéndolo un constante viajero, no tenía presente que se hubiera radicado en Portezuelo, como ahora lo está, con su familia. Sus compatriotas podremos disfrutar de su magnífica obra, viéndolo más a menudo.

INICIOS

Nació en Montevideo, en el año 1942, un 16 de setiembre. Fue a la Escuela Austria y luego al Dámaso Larrañaga. Finalizada primaria comenzó a trabajar en una librería que antes de él, se llamó Maximino García. Su padre era carpintero. Esto le enseñó sin duda, a respetar la materia, a contemplarla y a saber todos los secretos que encierra. Aunque ésta haya sido una postura inconsciente. Por supuesto que desde su lugar de trabajo, los libros fueron un atractivo que no eludió. Y los que más le atrajeron fueron los de arte. Mirar obras de Rodin y otros grandes de la Historia del Arte, despertaron su vocación. Empezó a dibujar con tinta china y pluma, nunca con lápiz. A los doce años sabía quién era quién en el arte universal. Un día, como ocurre en esos momentos únicos que se dan en la vida, llega un señor a la librería y ve sus dibujos. Al saber que eran de Enrique le recomienda que vea a Juan Martin. En la adolescencia y siendo un joven tímido, los 15 años, no es fácil tomar decisiones. Pero, cuando Glauco Capozzolo lo encuentra y con él averigua quién es Martin, sabe qué tiene que hacer. Así un sábado de mañana, se va hasta Sayago a conocerlo, llevándole algunos de sus dibujos. Al observar las láminas, el gran artista, le dice: —“…pero tú eres escultor.” “Te voy a regalar una bolsa de barro, te explico cómo hacer una armazón para que se aguante y empieza a hacer esculturas”. Dice Enrique: “Esa fue mi única clase. Me fui a casa y empecé a esculpir. Terminada la obra la rompía.” Cuando tuvo oportunidad de presentarse al Salón Nacional de Artes Plásticas, lo hizo. Recibió así, su Primer Premio. Dos años después volvió a enviar obra a este evento y le dieron el 2° Premio. “Me presenté, a los 19 años, a la Bienal de Jóvenes, y la ganamos junto a Hugo Nantes.” Recuerda cerrando los ojos.

PROYECCION

EUROPA. “Me fui a Madrid para aprender el oficio. Allí me encontré con Pablo Serrano.” Tuvo la posibilidad de presentarse a una exposición (donde sus obras eran en barro y yeso). Serrano le presentó a la familia que por generaciones mantenía una fundición, la de Joaquín Colina. Cuenta: “Llevo una pieza de las más pequeñas para fundir y presentar. […] Grande fue mi sorpresa cuando en la fundición quisieron hacerme todas las obras de la exposición.[…] Ya iba a tener tiempo de pagar.”

Se inaugura la muestra y al otro día va a pagar su deuda. Había vendido en la primer noche todas las piezas. Con esta familia de fundidores trabaja hasta ahora. Pero hicieron más aún: le ofrecieron enseñarle a soldar y tener un lugar para vivir en ese sitio. Todo su trayecto siempre está marcado por estas generosidades y por sus regresos a la patria. En uno de esos viajes se presenta a un llamado de la Embajada de Francia y obtiene un premio. Eso hace que su camino ahora llegue a Paris. Desde allí se presentará a todas las Ferias Internacionales: la FIAC (Paris), ARCO (Madrid), y en la de BASILEA (Suiza).

TRASCENDENCIA

URUGUAY. A partir del 2000 regresa a Uruguay casi en forma definitiva. “Expuse en el Museo de María Luisa Torrens (el MAC). Al año recibí el Premio Figari junto a otros artistas.”

Tiene esculturas en el espacio de la Fundación Atchugarry, en ese parque tan emblemático. Pero a pesar de todos estos éxitos o a causa de ellos, como trabaja con una galería española, ya está haciendo planes para año a año exponer nuevamente en Madrid. Sabe que en Uruguay casi no hay mercado para sus esculturas. Es más, me dice: “El artista en nuestro país está desamparado, totalmente.” En Europa existen coleccionistas de sus obras, algunas en parques privados de hasta mil ochocientas esculturas donde predominan las de Broglia junto a Moore, Miró, Tapies… En otros jardines hay hasta quinientas, sobre todo en Mallorca, entre las que hay unas cincuenta de Enrique.

UNA ANÉCDOTA

En realidad, Enrique, es Fernández Broglia. Entonces la pregunta surge: “Por qué sólo Broglia”. “Fue muy gracioso, —me dice. Cuando hice una exposición en el G. Pompidou, en 1978, Torrens escribió una nota en El País donde explicaba que el artista se había ido de Uruguay como Enrique Fernández y había vuelto como Enrique Broglia.” En realidad le ocurrió que un cliente, dueño de una galería donde iba a exponer, le dijo que lo llamara para concretar todo lo referente a la muestra. Enrique lo llamaba pero el señor no lo atendía. Hasta que fue hasta el lugar. El hombre sencillamente le dijo que no lo atendía porque no sabía quién era E. Fernández. “Tú no tienes otro apellido? — Sí, Broglia.” “Vamos a ponerte Broglia, pues yo salgo a la puerta de mi galería y grito: ¡Fernández! Y media España se da vuelta.”

En Zona América, en su entrada, se alza una obra de Enrique Broglia. Es una pieza de 8 metros de alto. Una fuente. Acero pulido y color. Los tubos de acero que empleó, fueron traídos de China, porque debían tener por lo menos 8 milímetros de pared. Este artista construye, esculpe, propone: plazas, entradas y parques de edificios con materiales como el barro, ladrillo, piedra, mármol, hierro, bronce y acero. Sus búsquedas espaciales se dan en lo diminuto y en lo inmenso.

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Sol de mesa

Sin saberlo, cuando yo salía de la Escuela de Punta del Este, veía que los niños tenían una especial atracción hacia le entrada de un edificio que está sobre Gorlero. Jugaban, saltaban felices. Es uno de los parques que proyectó Broglia, aquí, tan cerca. Esto se entiende en la necesidad que se siente de participar de la obra de este autor: los niños subiendo y bajando o una persona acariciando una de sus esferas, discos, que atraen como lunas o planetas, por la forma en que está tratada la materia o por su color. Su vida ha sido un desafío, como autodidacta que es. Podría decir que su universo se parece al de la galaxia que habitamos; debe soñar con astros y meteoritos. O si sólo los piensa: los crea distorsionados, con rupturas estéticamente correctas que nos hacen imaginar mundos, en serena armonía. Lo opaco junto al brillo, lo rugoso enfrentado a lo pulido. En esta época de la nanotecnología, quizá sean los misterios del átomo o el quars divididos lo que nos transmite. La cuestión es que podemos viajar con sus obras desde lo ínfimo a lo visiblemente medible en forma tradicional. Por ejemplo la Plaza de Saint Cloud o los pájaros de bronce que parecen dispuestos a volar. En fin, “su trascendencia sólo puede arrancar de sí misma. Y si lo consigue ha logrado su objetivo: que asumamos su entorno, su inherencia.”