[blockquote]Un creador acuciado por su humanismo.[/blockquote]
Comentario acerca de una Muestra especial de Tola Invernizzi, en Maldonado. Vía Crucis en el Museo Regional Mazzoni de Maldonado.
No es fácil hablar de este gigantón, despeinado, desgarbado, solidario como pocos. Menos aún escribir sin poderlo entrevistar, sólo viendo esta obra que se expone en el Mazzoni por parte de la Dirección de Cultura.
Conocí a Tola en Piriápolis, encontrándonos en varias instancias militantes del sindicato de maestros. Ahí pude apreciar cabalmente, lo que era su solidaridad y la de su compañera Milka Alperovich. Sobre todo cuando los maestros y maestras luchamos en una huelga de casi dos meses, por obtener un mejor salario, en la década del sesenta. Compañero sin par que siempre tuvo un gesto, una palabra, una caricia para sostenernos en la lucha.
Las situaciones de cada una de nuestras vidas nos alejó, aunque siempre supe de su trayectoria que lo hizo un personaje inolvidable y un artista especial, por algo a más de diez años de su muerte lo recordamos y empezamos a prestigiar como pintor, además de hombre extraordinario. Hoy, enfrentada a esta obra de las 15 estaciones (cada una de 197 x 135 cm aproximadamente) del Vía Crucis, gracias al apoyo de Gabriel di Leone y del Licenciado Jorge Scuro, vuelvo a su historia y a su vida, tratando con mucha humildad que su trayectoria se conozca y trascienda fronteras, de igual forma que su personalidad está instalada en el imaginario colectivo de Piriápolis y otras cercanías, como artista, militante social y hombre pasional empedernido; por todas estas cualidades humanas y por su prédica transgresora.
COMIENZOS
Nació en 1918, el primer día de primavera. Hijo de padre uruguayo y madre italiana. Cuando tenía 10 años pintó en la pared de su casa, con carbones de la cocina económica, un Cristo que sorprendió por la expresividad del dibujo, su tamaño y su belleza. Comenzó a dibujar por su cuenta. Tomó clases en un taller pero luego siguió solo. Como él decía: “yo no pinto para mostrar, muestro para decir.”
Siguió pintando y escribiendo sobre paredes medianeras del barrio donde vivían.
INFLUENCIAS
En su obra hay trazas de Torres García, de Picasso, de Klee. Era un admirador de la pintura mural mexicana y del expresionismo alemán. En esta obra que hoy nos convoca se ven además huellas de Dalí.
TRAYECTORIA
Trabajó en óleos y telas, en papel; hizo grabados que merecerían un capítulo aparte. Usó del graffiti urbano y del humor del comic. Empleó formatos murales. Fue maestro en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de la República. Cuando era muy joven adhirió a la epopeya de los republicanos españoles y fue un opositor a la dictadura de Terra. Fue contestatario a los desmanes políticos, la lucha contra la injusticia, la denuncia a las prisiones injustas y las crueldades de la tortura. Cuando sus hijos estuvieron presos por sus ideas, y su esposa expulsada a Argentina (su país de origen), Tola se dividía en viajes y ternuras por sus seres queridos. “El arte es producción sensible pero también reflexión, desarrollo conceptual. El rechazo o malestar que llega a producir una obra puede darle valor estético.” (Carlos Cipriani López). Los cuadros de Invernizzi son comparables con tragedias, porque liberan emociones, el inconsciente aflora y aparecen esas imágenes que han quedado guardadas profundamente en nuestro yo. Ese Cristo que surgió de sus manos en la cocina familiar, ha sido el ícono de un hombre luchador. Pintar su pasión en las 15 estaciones (en realidad 14 —pero Tola agrega una única, de Resurrección— ), es expresar en forma independiente cada una de los momentos del tormento y sufrimiento de Cristo y de los hombres que como él lucharon y luchan con conciencia ética, por los que sufren, exhibiendo la fraternidad como un don especial.
VIA CRUCIS En 1994 expuso este Vía Crucis en el castillo de Piria, tal como se lo había prometido. Este es el trabajo más complejo y acabado de Invernizzi. Fue mucho el tiempo dedicado a la meditación y al empleo de la paleta sobre tela, donde pudo al fin, transmitir su cosmovisión del hombre y la sociedad contemporáneos. Las tres últimas horas de vida de Jesús de Nazareth definen en cada trazo e imagen la profunda sensibilidad de un espíritu que sublima su dolor existencial. No es el único artista uruguayo que ha pintado este tema, ni escrito sobre un acontecimiento profundamente removedor: estoy pensando entre otros en Tomás de Mattos con “La puerta de la misericordia”. Pero creo que es el creativo que se atrevió a mostrar lo que Cristo representa para la humanidad a lo largo de dos siglos. Cristo fue el hombre que cambió la historia: donde antes se pregonaba la violencia y la Ley del Talión, él opuso el amor. Su “ama al prójimo (es decir al próximo, al que está a tu lado), como a ti mismo” o “amaos los unos a los otros”, lo condenó. Por eso el Sanedrín lo acusa. Es flagelado, coronado con espinas, golpeado sin piedad por los soldados y luego el camino al Gólgota donde es crucificado. Eran las torturas de la época. Pero, ¿por qué explico tanto todo esto? Analicemos algunas de las estaciones de Invernizzi, en la Segunda cuando carga la cruz. Si bien podemos adivinar el rostro de Cristo, las poleas, artefactos extraños hechos especialmente para causar sufrimiento, ocultos, ¿no describen acaso la tortura a que se somete a hombres y mujeres en la actualidad? ¿Acaso la dictadura del cono sur americano no tuvo estas sofisticaciones para destruir y quebrantar? Sólo vemos la mano poderosa que asoma detrás de un muro o pared, ¿es que los asesinos, cuando atacan a quienes piensan y sienten distinto, no se ocultan? Cuando vemos la estación en que Cristo cae por segunda vez, Invernizzi agrega un salmo 72-4. “Él será defensor de los humildes. El salvará a los hijos de los pobres y aplastará a sus opresores.”En toda su obra, el uso de la escritura es importante ya que acentúa la comunicación. En otro mural de esta serie escribe: tú, él, ella, nosotros, vosotros, ellos. Elude acá el yo, el personalismo. Agrega a la escritura multitud de rostros que con desesperación esperan que se cumpla lo que dice el salmo. En otra estación, Cristo va vestido con una túnica de un solo hilo que María le tejió. Sin cortes, hecho en telar, sin costuras, a la usanza de la época. María lo acompaña siempre. La presencia de las mujeres da una visión de ternura, comprensión; acarician con la mirada, muestran fidelidad y energía ante el dolor. Aparecen en las 15 estaciones la desolación a la que se enfrenta el ser humano cuando abandona el útero materno y debe soportar las agresiones de la realidad que le toca vivir. Por eso Invernizzi crea huecos en cada obra. ¿Acaso el Hombre no vive su vida en huecos? Primero el útero protector, luego su hogar, refugio seguro, y al final su tumba. También encontramos símbolos como una botella, platos rotos, representando a lo terrenal y la escalera, la elevación. Cuando Simón lo ayuda a llevar la cruz, otros pasos marcan el trayecto, son pasos futuros de hombres y mujeres que sufrirán por mantener firmes sus ideales, su utopía. O nos dicen que Cristo sabe que no debe detenerse que ya no hay vuelta atrás. Los ojos que miran hacia adelante ven “otros vías crucis, otros sacrificios, otras muertes a cambio de otras salvaciones.” Cuando Cristo es bajado de la cruz, su cuerpo parece entrar nuevamente en el útero de María. Una María que tiene infinidad de rostros: la de todas las madres que sufren por sus hijos muertos o desaparecidos. Y en el centro entre grises oscuros y negros aparece la cabeza de la madre iluminada por la lamparilla del “Guernica” de Picasso. Fue un acierto recuperar el Vía Crucis para exponerlo en Maldonado, homenajeando así a un pintor que hasta ahora se le valoraba hermosamente como ser humano, pero aún sin descubrir al artista plástico que fue. Su mensaje nos ha dejado pensando acerca del Hombre y sus circunstancias.