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José Trujillo

· septiembre 29, 2016 · Arte , Pintura ·

[blockquote]La persistente devoción a la pintura.[/blockquote]

Llego a la casa de José Trujillo en una tarde de sol, en Maldonado. Me recibe el pintor y un aroma de flores que me llenan profundamente. La paz del jardín es intensa, el taller inmerso en esa quietud y belleza: la simbiosis perfecta. Las obras que cubren las paredes son prolongación del espectáculo que las rodea. Dan ganas de quedarse allí contemplando tanta belleza dentro – fuera; el afuera que se adentra. Pero tengo ante mí a un artista que nos regala su tiempo y no es para dejarlo transcurrir.

“En 1973 comencé a pintar en el Taller Maldonado, con Manolo Lima, tenía 13 años.” Y agrega: “después de unos años, te empiezas a inquietar por otras cosas, es la necesidad de buscar caminos propios.”

Luego vino una etapa con Carlos Tonelli.

“Durante un par de años solo fui dibujante: lápiz, lápiz grafito, papel. Logré obras hiperrealistas o quizá debo decir minuciosas…”

Vuelve a la necesidad del óleo, de la materia mojada, que corra, el color y una pintura más directa. “Fue un quiebre impresionante en el 84-85, que pasé de esos dibujos, por la vía del pastel sobre papel. Fueron grandes cuadros, manchas. Fue una ruptura violenta.”

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«Mesa del taller»

El MAAM (Museo de Arte Americano de Maldonado) fue un período para todos los artistas plásticos nacionales e internacionales extraordinario. Se entregaban anualmente premios que quizá no tenían una gran importancia material, pero sí eran algo inusual. Reunía gente bastante joven, en general, “yo tenía en ese momento 20 años. Jorge Páez iba a los talleres e invitaba, seleccionaba obras. Fue la época en que dibujé ovillos encajonados a lápiz.” Jorge Páez hacía un año una Bienal de Dibujo que en un principio fue latinoamericana, luego rioplatense, al año siguiente el Premio a la Pintura Joven. Toda esta actividad les permitía a los jóvenes conocer gente. “La verdad se extraña. A pesar de los años que hace que murió Jorge. Tampoco está su ayudante Júpiter que además de cuidar el Museo, colgaba las exposiciones, se encargaba de la iluminación y de noche servía el vino”.

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«Laguna Verano»

PROYECCION

“De pronto vas encontrando tu propio punto de mira. Volví sobre mis paisajes urbanos de Maldonado, en principio.”

Desde el punto de vista formal, el realismo hace su aparición en estas miradas que no son una contemplación apresurada y superficial, sino una observación profunda donde la distancia resulta evidente. Pinta escenas de la ciudad de Montevideo. Da a estas obras una atemporalidad que parece adivinar el futuro de cada calle, esquina o parque. “En un principio ponía personajes aislados en esas situaciones ciudadanas. Después los saqué y allí quedaban los paisajes distantes, fantasmales, con sus lilas, negros, verdes… muy metafísicos. Eran los años 1985-90”.

Llevó estas escenas ciudadanas a Buenos Aires donde gustaron mucho. Siguió la búsqueda. Hizo retratos (1994) de Adriana, del resto de la familia, “expuse en el MAAM nuevamente. Comencé a pintar del natural. Encontré que había mucho para rescatar, que el entorno te aporta cosas, que no necesariamente estás copiando, que estás creando, y de alguna forma es la traducción de lo que ves hacia la pintura.”

Los paisajes urbanos volvieron, las naturalezas muertas, los interiores, los rincones.

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«Taller»

TRASCENDENCIA

Viajó mucho en todos estos años. A Nueva York, varias veces, donde también expuso. A España, para impregnarse en las maravillas del Prado o del Reina Sofía, entre otros. “Mi mundo se ha quedado en el Taller, en lo más cercano al mismo, al jardín, a paisajes que me interesan.[…] Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz reposan a la sombra de su nombre.” Trabaja incansablemente.

Tiene en el Taller obras que recuerdan a Braque, otras a Goya. Es tan multifacético, tan minuciosamente creativo. Sí tiene claro que lo de él es la pintura. Hay gente que no cree ya en la pintura. Sin embargo Trujillo no se adscribe a esto. Sigue con sus pinceles y óleos. Integra modelos de figura humana. Pero a su vez las pone en un contexto urbano. Es un realismo particular, el color es grueso. Evidentemente juega con el color, mueve las imágenes, en una palabra construye. Puede emplear obras de grandes pintores universales y transformarlas de acuerdo al color, a la construcción y eso le da una fuerza expresiva única, personal. Lo importante es que el tema le apasione. “Yo me siento pintor, pintor.” Me asegura, como si necesitara hacerlo. Quién puede dudarlo. Basta conocerlo y haber visto sus obras. Ahora que el jardín cambia a lo largo del día, el Taller es un misterio que él lo lleva a la pintura. Sigue ligado a la realidad de la mirada.

Ha expuesto en Maldonado, Montevideo, Buenos Aires, Nueva York. Ha vivido de su obra. Ahora proyecta una exposición en pequeño formato, espléndida. Cada cuadro es un poema. Puedes sentir el movimiento de las hojas, su susurro, y el juego con la luz profundiza la creación. Lo dejamos en su taller rodeado de verdes que juegan en el aire, miro hacia adentro y el paisaje se repite en esas obras de pequeño formato y en otras de mayor dimensión.

Me da pena alejarme de un lugar tan cargado de arte y belleza y de un hombre que con su pincel nos regala color, música, vida.

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«Autorretrato»