[blockquote]Un hijo de Maldonado que se instaló en el mundo.[/blockquote]
Desde hace algunos años había perdido los pasos de Rinaldi, hasta que, tecnología mediante, llegué nuevamente a su vida.
No podía dejar fuera de esta serie a un pintor que a pesar de estar lejos, hoy, sigue aquí en cada paisaje, en cada rincón de nuestro departamento y de Uruguay. Lugar donde regresa cada tanto y nos trae su arte para que seamos testimonio de su creatividad.
Es hermoso lo que me cuenta así que lo transcribo: “Soy la feliz consecuencia de mis padres, los que nos dieron los medios para nuestra formación intelectual y espiritual. Para mí era natural ver a mi madre sentada al piano, acompañando a mi padre con su viejo violín.”
Plinio Rinaldi nació en 1951, en ese Maldonado casi íntimo, de los 50 y los 60, donde estudiar música, francés o pintura no era un lujo para nadie. Todos sabíamos dónde ir para obtener conocimientos de lo que quisiéramos, por más pobreza que soportaramos. Era otra pobreza. Por supuesto que la familia de Rinaldi no tenía apremios económicos.
Ya en 1958 empezó sus estudios en “los altos” del Club Paz y Unión, con Fortunato Amorín con quien estuvo hasta los 11 años. “Nací en la calle San Carlos al 1134. Mi infancia feliz y mi adolescencia plena fueron en mi barrio, con mis amigos y mi gente pero de alguna manera mágica, nunca me fui.”
En 1964 logra una Beca y viaja a Europa. Cuando regresa va al Taller de Day Man Antúnez (maestro del constructivismo). En 1968 se radica en Buenos Aires, estudiando en el M.E.E.B.A. (Movimiento de Estudiantes Egresados de Bellas Artes) con Fara y D’Stéfano.
TRAYECTORIA
Al regreso de Argentina se instala en el Taller Maldonado de Manolo Lima, en Pinares. Comienzan las exposiciones y los premios. Al crecer como artista plástico destacado recibe apoyo de la gente fernandina tan solidaria como el Dr. Luis Berruti. Dice Rinaldi: “Este médico tan respetado en el departamento, se la jugó por mi arte y me abrió las puertas al rico mundo artístico de esa época. Sin embargo fue una tía la que le presentó a su ídolo mayor: José Cúneo. “Mi tía se aparece un día en el Atelier que tenía en el Barrio Iporá de la ciudad de Maldonado, con José Cúneo.”
Viaja a Europa nuevamente. Me cuenta: “Pero la determinación de ser artista plástico, nació en Paris, en el 64, en mi primer viaje. El día que cumplía 14 años me regalé una caja profesional de óleos Lefranc… fue todo un desafío y luego un compromiso.”
En 1973 reside en Madrid donde trabaja como dibujante para editoriales importantes. Entre otras tareas colabora como colorista en una nueva edición de “Don Quijote de la Mancha” (ilustrada). Viaja a Marbella y Málaga donde pinta varios murales. En 1978 regresa a Maldonado. Instala su Taller en Garzón. Hace cuatro años reside en El Toro, Isla de Mallorca y me acota: “donde tengo mi humilde atelier, eso sí, frente al Mediterráneo.”
PROYECCION
Su obra contiene la belleza del paisaje uruguayo. Los ombúes junto a lunas gigantes, llenas de color cobijan ranchos o paisanos como seres protectores naturales de nuestro campo. La primera muestra fue en el Casino San Rafael (1970) hasta la del Molino de Pérez, en Montevideo en el 2006;
“todas me ayudaron a crecer” — declara. Las series: “Los Pecados Nacionales” y “Brujas, Brumas y Brisas” lo pusieron a la altura de los grandes maestros nacionales.
Expuso en Asunción, (Paraguay), en Washington en el edificio de la OEA, luego en el de la ONU en Nueva York. (EEUU). Ha sido seleccionado para el Primer Salón de Pintura de Guadalajara, para la VI Bienal Internacional de Zamora y la V y VI Bienal de Marbella, en España. Recibió Premios en Uruguay, como la Medalla de plata “Juan Manuel Blanes”, el Primer Premio a jóvenes pintores uruguayos.
Son ya 43 años viviendo de y para la pintura y dice: “Es bueno saber en este momento de mi vida, que no sólo tomé una buena decisión a mis 14 años, si no que todos los que me ayudaron en mi profesión, son parte importante de mi trayecto”
TRASCENDENCIA
La obra de Rinaldi no se limita al paisaje uruguayo con ombúes y lunas, lejano y casi solitario sino que lo urbano también complementa su trayectoria. Podemos ver la iglesia fernandina, con luna que traspasa su luz al interior del templo e ilumina el camino de las feligresas que se acercan. O una Torre del Vigía acompañada de una luna que se proyecta en el césped que la rodea, como si éste fuera un espejo. Una esquina de Maldonado que me recuerda la tienda que tenía su madre en pleno centro de la ciudad, en 18 de Julio. Las imágenes de seres humanos se transportan en el tiempo y el espacio. Las máscaras o capuchas esconden sus verdaderos sentimientos; nos ocultan las culpas que las personas cargamos y ocultamos, sobre todo en una familia o una pareja donde se necesita mostrar bondad y esconder lo perverso, transformándose en lo que aspiran ser… Podríamos hablar de su pintura como del realismo mágico sorprendente, que maravilla. Cada espectador podrá buscar e interpretar de muchas maneras estas escenas. Lo que sí sé, es que nos inundan de emotividad, de recuerdos de un pasado no lejano, y por qué no, de un presente que hay que animarse a descubrir. Pinta lo que no se ve, lo que siente y eso lo lleva a jugar con sus realizaciones. Cuando le pregunto cuándo regresa, me dice:
“Añoro mi pueblito Garzón, mis amigos de San Carlos, mi gente de Maldonado, mi Punta del Este de trabajo y placer, mis raíces en Aiguá.
Cada vez que acaba un ciclo de mi vida, siempre me doy una “vuelta por el pago”. Porque ahí es dónde empecé, jugando. Y lo esencial en mi vida, ha sido mantener “ese niño” y dejarlo jugar a su aire.
En definitiva, el arte parte de un simple juego, o de una necesidad de comunicarnos, el resto… es maquillaje.”