[blockquote]La pintura llena de aromas de la tierra, la música de la brisa en las sierras…[/blockquote]
En estos días regreso a la Escuela N° 5 de Punta del Este y la primera sonrisa que me recibe es una obra de Amaral, ubicada casi a su entrada. ¡Cuántos recuerdos! Yo le pedí a Wilson que donara una obra suya para la pinacoteca de este centro de Primaria donde trabajé tantos años. Luego vienen los niños y su directora y olvido por momentos ese cerro Pan de Azúcar y sus alrededores que me había trasladado a otros instantes de mi vida. Recuerdo el poema de Benedetti y pienso: me falta, entre otros, escribir sobre un hombre, un artista plástico que tanto relacionó su interior con su entorno.
INICIOS
Wilson Amaral nació en Rocha en 1919. El dibujo y la pintura fueron la armonía de su vida. En 1945 conoce a Edgardo Ribeiro (alumno y continuador del Taller Torres García). El maestro Ribeiro recuerda la situación que se produjo al conocerse:
“Recuerdo —dice Ribeiro que era una tarde de otoño, serena, silenciosa, transparente.[…] Lo vi venir hacia mí con pasos lentos. Caminaba inclinando ligeramente el cuerpo hacia los lados. Tenía una mirada dulce y tímida a la vez. Cuando estuvo cerca, me tendió la mano y dijo: —Me llamo Amaral, hizo una breve pausa y agregó: —Wilson Amaral. Durante unos segundos bajó los ojos y prosiguió: —Yo pinto algo. Pero lo hago muy mal, y me gustaría estudiar pintura con usted”.
Esta presentación de su maestro lo describe exactamente a cuando muchos años después, yo lo conocí, siendo maestra de uno de sus hijos. Sus pinturas eran de las que llenaban mi mundo interior. Su sencillez, su humildad, sus silencios me impresionaron. Estaba hablando con el hombre que había pintado sierras, campos, calles, marinas, largos valles, en su diálogo permanente con la naturaleza y que tanto admiraba.
TRAYECTORIA
Rocha-Minas-Maldonado. Amaral fue un naturista. Sus primeras pinturas tienen la impronta de los paisajes de la Escuela del Sur, constructivos. Sus telas o cartones respiran calidez, el aire está impregnado de luz y toda su obra es siempre sólidamente trabajada. “Comencé a pintar en Rocha, —rememoraba Amaral en una entrevista hecha por EL País, desde la infancia. Una tía mía guió mis primeros pasos y mis primeros bocetos. Recién me discipliné cuando fui a Minas y conocí allí a Ribeiro… Allá por 1961 me fui a vivir a Maldonado.”
Nunca declaró en entrevistas, todos los premios que recibió, en Salones Nacionales, desde los de la Cámara de Representantes, en Salones Municipales de la Intendencia de Montevideo. Obtuvo una beca del Ministerio de Instrucción Pública de la época, para viajar a Europa. Dirigió el Taller de Artes Plásticas de la ciudad de Minas, a su regreso. Ejerció la docencia en Secundaria y ya en Maldonado trabaja en Catastro. Recibió premios en Salones del Interior: San José, Rocha, Maldonado y Colonia. Sus obras han sido expuestas en nuestro país, en Brasil, Argentina, España, Alemania y Estados Unidos. Cuando le recuerdan todos estos lauros, él reflexionaba: “Por cierto, hay público para todas las corrientes pictóricas, pero he notado que aquel que gusta de mis cuadros se comporta de manera especial… Se sienten un poco alegres de ver algo que los atrae… Pero la pintura no se hace deliberamente para gustar. Se pinta y si gusta mejor.”
¡Cuánta modestia, cuánta humildad! Pensar que un cerro, aquella calle, ciertos árboles sobre una loma, lo atraparon tanto que me parece que aún pasea por sus propios paisajes. Por las calles verdaderas y las de la imaginación. “Porque pintar para Amaral, fue la alegre aventura de todos los días.”
PINTURA NATURISTA
Nunca se ha dado el caso de que una idea nueva que aparezca en el campo de la filosofía o de la ciencia, no trascienda a todas las manifestaciones del pensamiento y de la vida. Así es el carácter de la naturaleza humana. Cuando aparece el naturalismo el desasosiego hace surgir una profunda transformación en el arte. En la pintura, escultura, en la música y en la poesía. Esta revolución es contra la rutina académica, la tiranía de las reglas y preceptos y las imposiciones de la tradición clásica y coincide con el espíritu de libertad que la anima. La belleza de la obra de arte no consiste única ni primeramente en la belleza que puede poseer la realidad reproducida, sino en la exquisitez de la forma en que la representa el artista, en la emoción personal en ella reflejada, en la creación de la expresión personal. Por eso la obra de Wilson Amaral trasciende el tiempo, porque su arte es producto del sentimiento, ya que si en ella no hubiera emoción, vida, carácter, difícilmente poseería este atractivo verdadero que trasunta. Hoy, observando la pintura de su hijo Fernando, esos paisajes, con una luminosidad propia, tratando a sus telas con la riqueza colorista tan cercana y tan distante a la vez de la de su padre; lo veo fielmente serio y espectacularmente naturista. Sea este recuerdo, un homenaje a un pintor que todo lo hacía sin prisa y en silencio. Su pintura refleja la generosidad y honestidad de su persona, que con tristeza digo, nos dejó en 1990.